viernes, 5 de diciembre de 2025

Fernanda Trías: “La naturaleza no es el telón de fondo sino que aquí es parte integral del relato”.


La escritora ganó este año por segunda vez el Premio Sor Juana Inés de la Cruz con su libro El monte de las furias. La uruguaya radicada hace diez años en Colombia cuenta en esta entrevista telefónica sobre sus procesos creativos, el amor y la poesía. Junto a otras escritoras latinoamericanas ponen hoy su mirada en la naturaleza.
“Me gusta que haya diálogos y que haya diversidad entre las escritoras. Me gusta esta conversación donde la naturaleza no es el telón de fondo sino que aquí es parte integral del relato”, destacó. 


Hablamos también de dos de sus fuentes que aparecen en la novela de manera subrepticias, la autora Marosa Di Giogo y el libro Popol Vuh. En Resistencia, el Club de Lecturas de la Librería del Árbol Amarillo leyò este libro e incluso recibió un mensaje de Fernanda quien dijo, “es hermoso verlas reunidas con la voz de la montaña”.



Por Paulo Ferreyra

Fotos - Fernanda Montoro



Camila Osorio, corresponsal del diario El País de España escribió sobre El monte de las furías de Fernanda Trías y dijo que “Las montañas de los Andes han encontrado una nueva voz poética”. Una montaña que “por las noches fantaseaba con la calma de las viejas cordilleras”, y que “quería, por ejemplo, entender a los hombres”. Por su parte, la escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara agregó sobre esta novela, es “áspera, lírica, cruel y con la rarísima dulzura de las voces que casi nadie escucha y mucho menos escribe, El monte de las furias es una novela potente y hermosa». Hace unos días atrás charlamos con Fernanda por teléfono y comenzamos hablar, claro, por la montaña a quien ella le pone voz.



— Quisiera empezar esta charla por la corporeidad que tiene la montaña en esta novela, ¿de donde nace o cómo nace eso?


— Aquí en este libro se mezclaron dos cosas. Por un lado esto tiene relación con una conversación que había empezado conmigo mismo y con varios interlocutores en Mugre Rosa, mi novela anterior. En esta novela distópica ocurría una catástrofe ambiental y eso afectaba a la población, se producía ahí una transformación social y geográfica. Mi interés es seguir escribiendo en torno a nuestra relación como especie con la naturaleza. Este tema no se agotó en aquella novela sino que sentí que podía profundizar y seguir escribiendo en esa línea. 


A esto se sumó algo que quizás fue del orden del azar, un hecho anecdótico. Este año se cumplen diez años de que estoy viviendo en Bogotá. Cuando se me aparecieron las primeras ideas vinculadas al El monte de las furias yo me acababa de mudar a un nuevo departamento en el límite de la ciudad. Me había trasladado al límite más oriental, donde están los cerros y las montañas. De donde vivía se extendía una cuadra más y se terminaba la ciudad, empezaba el monte y la montaña. Mi departamento miraba a la montaña y yo llevaba meses observando y sintiendo su presencia. 


Para contextualizar ya era el año 2020 y en ese momento empezó el aislamiento por covic. Aquí en Colombia tuvimos la cuarentena más larga del mundo. En ese marco se radicalizó la mirada por la montaña. 


Creo que poco a poco la misma montaña se me fue metiendo dentro de la piel. Tal vez entré en una fantasía, como estaba en el límite no veía el resto de la ciudad que es gigantesca. Entré en esa relación de estar sola con la montaña. Estaba ahí. Fue esa fantasía y esa compenetración de estar sola con la montaña donde nació la novela. 



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Diálogo latinoamericano 


La novela El monte de las furias se trenza con la escritura de muchas escritoras latinoamericanas que tienen su foco en la naturaleza. Por ejemplo, Mónica Ojeda, Elaine Vilar Madruga, Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámara, entre muchas otras. Al respecto Fernanda Trías aseguró que “hoy hay una constelación de textos que están pensando la naturaleza. Son textos que ponen a la naturaleza en el centro. Creo que Mónica Ojeda y Elaine Vilar se enfocan más por el lado del terror. Hay una escritora colombiana que se llama María Ospina Pizano y su novela Solo un poco aquí, que está protagonizada por unos animales. Hay cuestiones quizás de forma lateral en las novelas de Selva Almada. Hay también cosas que se están haciendo desde la ciencia ficción como  las que hace Edmundo Paz Soldán. Es decir que se está configurando hoy esta mirada. A mi me gusta. Me gusta que haya diálogos y que haya diversidad. Hay una conversación donde la naturaleza no es el telón de fondo sino que aquí es parte integral del relato”.



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— Al conocer un poco este contexto de escritura se subraya esa idea que dice el personaje femenino en la novela, no vino en la montaña sino con la montaña.


— Si, el haber entendido eso de alguna manera marcó la premisa desde la cual empecé a escribir. En ese encierro de la pandemia, con esa presencia tan monumental y al mismo tiempo tan silenciosa de la montaña parecía que me observaba. Era un testigo de todo lo que pasaba y a su vez conservaba su distancia. 


Hay un montón de cosas que me impresionaron en esa observación directa que podía hacer con la montaña. Además, pensaba mucho en relación al mar. Vengo desde ahí, mi relación con la naturaleza es con el mar y es tan diferente a la montaña. Es diferente el vínculo que se establece. El mar es movimiento incesante, murmullo, te hace ver o llegar a otras reflexiones. Pero al compararla con la montaña esta me enseña otras cosas. Creo que esta novela nace de un proceso meditativo. 


Durante la pandemia nosotros vivíamos nuestro encierro. Vivíamos con nuestro gran drama de la vida y la muerte. Mientras cocinaba, lavaba los platos y lo que sea que hiciera - levantaba la mirada y sentía la compañía de la montaña, como si me estuviera mirando. Estaba ahí observando nuestros pasos. A partir de esa compañía - de levantar la mirada y verla ahí - sentía que estaba con la montaña. 


— En la novela se pone nombrar a las cosas, eso de ponerle nombre a lo que nos rodea y que habitualmente no le ponemos nombre, ¿podría decirse que viene de Marosa?


— Marosa Di Giogio me gusta mucho y creo que ella fue pionera de alguna manera. Ella hizo cosas que fueron prácticamente adelantadas a las poéticas genéricas. En la escritura de Marosa hay humanos copulando con flores, con animales, cuerpos híbridos, la presencia de lo femenino, es muy interesante lo que ella hace y para mi ella fue una adelantada a su época. 


A medida que vamos cambiando la mirada hacia la naturaleza necesitamos - imagino - pensar en nuevas maneras de relacionarnos con la naturaleza. Ahí es donde el lenguaje se queda corto. El lenguaje no fue creado o pensado para hablar y comunicar determinadas experiencias. 


Esto sucede, por ejemplo, con la experiencia mística - siempre es incipiente. Cuando se intenta poner en palabras la experiencia mística siempre es rudimentaria, no se logra transmitir porque el lenguaje no es suficiente para llegar a esos lugares. 


Acá pasaba eso y por eso la protagonista hace una reflexión sobre el lenguaje, sobre lo corta que le quedaba el lenguaje al momento en que ella quería comunicar ese vínculo que fue haciendo con la montaña, con todo lo que vive y muere en la montaña.



— Hay escenas muy bellas en la novela, como esa relación de la protagonista con la naturaleza y ese permiso que le pide a la tierra para abrirla, para hacer un pozo. En el epígrafe del inicio citas el libro Popol Voh, ¿por qué esa referencia? ¿Fue un libro de consulta mientras escribías el libro?


— Lo tengo presente porque fue una de mis muchísimas lecturas y referencias. Si hay algo que me gustaba era como propone el Popol Voh una mirada radical a la manera en que el ser humano existe en el mundo posicionado con todo lo demás. El Popol Voh de entrada ya está diciendo - al contrario de la Biblia que dice que somos a imagen y semejanza de Dios - que los humanos fueron creados a partir del maíz, e incluso antes de ser creado por el maíz - dice que se había probado varias veces la creación y fracasa. Primero intenta del barro, pero se desmorona, después intenta con la madera y no funciona, finalmente cuando lo hace desde maíz el humano toma forma. 


Ya pensar eso que venimos del barro, de la madera y del maíz que son de la tierra - que son la naturaleza misma - te cambia nuestro origen - de dónde venimos. Somos naturaleza. No somos imagen y semejanza de Dios, sino somos la tierra misma. 



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“La escritura nos saca del lugar de víctimas


¿Qué hace la escritura? ¿Escribir sana? Este año la escuché a Fernanda Trías en una entrevista asegurar que la escritura nos saca del lugar de víctimas porque podemos tomar la palabra.


Aquí consultada sobre escritura comentó que hace tiempo viene pensando sobre si escribir sana o no. “Es difícil asegurar eso”, deslizó y su voz se volvió más pausada, reflexiva. Se abrió un espacio de silencio. En Estados Unidos hay una corriente que se llama Narrative Medicine, que es la medicina narrativa. Es algo que existe como una rama que se estudia y se da en la universidad para estudiar. Básicamente es una mezcla extraña entre escritura creativa y escritura terapéutica. Se utiliza la escritura como forma de sanación en diferentes contextos. 


“Cuando pienso si la escritura sana no sé si sana pero sin dudas vuelvo a eso que retomas - la escritura como empoderamiento. En el sentido que nos saca del lugar de víctimas porque por lo menos tomamos la palabra. Al tomar la palabra - al decir yo y narrar nuestra historia - de la manera que nos parezca hay un gesto importante que nos pone en otros lugares. El simple hecho de salir del lugar pasivo tiene un componente que permite exorcizar algunas cosas. Escribir ayuda en muchas cosas. De todos modos, ojalá fuera tan fácil como decir escribo sobre esto y me sané. Es mucho más complejo que eso pero ayuda”. 



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— Volviendo al libro. Hay muchas relaciones o vínculos ahí - por nombrar uno esa relación que se narra de la protagonista con su madre, con el hombre de la montaña, entre otras relaciones me sale una pregunta, ¿qué es el amor?



— Para mí el amor es la atención. El amor es atención. Es cuidado. Siento que el cuidado y la atención son palabras relacionadas a cómo entiendo el amor y la ternura. Siento eso, hay algo que podríamos aprender sobre el amor si entendemos al amor como mirar con atención su existencia. Creo que en muchos aspectos que la idea que nos hacemos del amor - parte de este cuestionamiento de qué es el amor - en la novela se lo pregunta la mujer a la montaña y la montaña dice qué es el amor para los hombres. 


Es extraña para la montaña la manera en que entendemos el amor. Porque el amor para la naturaleza es otra cosa. Siento que la idea que tenemos del amor está totalmente atravesada por un espíritu de época y eso es el tiempo que nos toca vivir bajo el capitalismo. Nada se sustrae de las lógicas capitalistas. No solo las relaciones, los vínculos, los sentimientos, el arte no se sustrae de esas lógicas. La tensión existe. Siento que hay una cosa muy transaccional en la manera en que nos amamos, todo es para mi y hay un egoísmo muy fuerte. Te doy algo y vos qué me das, buscando un supuesto equilibrio y ahí están todas las lógicas transaccionales en juego.


— La contracara del amor es la muerte. En la novela la muerte está presente. Pensando en el contexto que fue escrita se puede pensar en las fosas comunes por covid, pero también está Colombia y su violencia.  


— Me parece interesante eso porque no lo había pensado antes como influencia de la pandemia. Estábamos viviendo ese tiempo terrible en que los muertos aparecían reproduciéndose en las calles. Sin embargo, yo no estaba pensando en la pandemia sino que pensaba en las desapariciones que tienen que ver con la violencia en Colombia. Eso sigue pasando. También por asociación a los desaparecidos en dictadura en nuestra región. 


Tenía todo eso presente pero el drama de las desapariciones me impactan mucho. Me duele mucho. Hace unos pocos días estaba leyendo una estadística que denunciaba que en México desaparece una persona cada noventa minutos. Es una locura total e inimaginable. El drama que vive México con la violencia vinculada al narcotráfico y al crímen organizado es la misma que vivió Colombia en los años noventa. 


Las personas desaparecen, son buscadas por sus familias, reciben amenazas y hacen lo que pueden. Es casi igual a lo que vivimos bajo las dictaduras, las buscan las madres y los familiares. Existe un desamparo estatal. 


Impactada por estos contextos en la novela revertí todo y aquí los cuerpos aparecen. La protagonista de la novela no sabe de dónde vienen ni por qué aparecen los cuerpos. Nosotros los lectores podemos intuir que hay actividades ilegales que se producen en lo profundo de la montaña y que están relacionadas con los cuerpos que aparecen. Aquí trabajé esto esto de que los cuerpos aparecen pero en la novela no dice que desaparecen para trabajar la contraria. Si aquí estos cuerpos es porque en lo no dicho esos cuerpos desaparecieron de algún otro lado.



— Hablamos de amor y muerte, todo eso en la novela está atravesado por un hilo poético muy importante, ¿cómo o cuál es tu vínculo con la poesía?


— Soy una lectora muy apasionada de la poesía. Para mi no deberían estar separadas la narrativa de lo poético. Pero a veces se piensan en cosas separadas. No he escrito poesía en sí mismo. Para mí leer es fundamental y también creo que los que somos narradores deberíamos casi por obligación leer poesía. 


La poesía - cuando la leo en nuestra lengua - siento que nos enseña cosas de la escritura. Nos enseña sobre todo los sonidos - por qué una frase es eufónica o por qué esta frase suena bien y esta suena mal. Tengo que ser capaz de explicarlo. En general muchos narradores no son capaces de explicarlo y creo que ese aprendizaje en mi caso viene de leer poesía, de leer poesía en voz alta y empezar a notar cómo trabajan los sonidos. 


Además, le sumo otra cosa. La construcción de sentido de manera no literal eso te enseña la poesía. Cuando construí el personaje femenino de la novela - la protagonista de la historia tiene un origen sin educación, viene de un entorno rural y de una precarización total. Cuando estaba construyendo su voz pensaba que quería que sea una voz muy simple, al mismo tiempo con esos recursos llegue a lugares poéticos. Ese fue un gran desafío de la novela. 


— Bueno, ahí sobresale por ejemplo esos diálogos que tiene con las testigos de Jehová.


— Ah, si. Me encantan esos personajes de las testigos de Jehová. Me parecía que traían mucho humor y que atraían una reflexión filosófica de muchos órdenes. Creo que van trabajando ahí una sabiduría propia.



“Este es un libro poético”


La novela de la que hablamos en esta entrevista con Fernanda Trías, El mento de las furias, recibió la distinción del Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2025. Es la segunda vez que alcanza esta distinción. El jurado integrado por Giselle Etcheverry Walker, Patricia Córdova Abundis y Julián Herbert, destacó la fuerza poética del lenguaje, el ritmo narrativo y la creación de personajes “excéntricos, vívidos y entrañables”.


Hace varios años Fernanda había recibido esta distinción por su novela Mugre Rosa. El premio amplificó el universo de sus lectores. Durante años venía publicando en editoriales independientes, “tenía lectores muy fieles y lectores literarios”, describió ella. Con esa distinción pasó a publicar ya en editoriales grandes y sus libros llegaron a un número impensado de lectores. “Fue una transformación muy grande”. 


Mientras hace una pausa y narra sus sensaciones, Fernanda Trías expresó que este año la distinción le resultó doblemente especial por lo que siente por este libro. “Me parece que es un libro - como vos decías - es un libro poético. Aquí hay mucho trabajo con el lenguaje y eso hace de que no sea un libro comercial. El premio para mi es un reconocimiento que valora ese trabajo. Eso me llena de alegría”.  En unas línas del libro se lee, "para existir, el amor se inclina, tiende hacia afuera". Eso hace Fernanda Trías en su novela.



miércoles, 3 de diciembre de 2025

Oscar Yaniselli: “La poesía puede conducirnos al encuentro de lo maravilloso en lo cotidiano”

En la librería El Árbol Amarillo en Resistencia se presentó El corazón de la luz, del periodista y poeta Paulo Ferreyra. Lo acompañaron la artista plástica e ilustradora de la tapa del libro Claudia Gatti, el profesor y especialista en pedagogía de la lectura Oscar Yaniselli y el autor, músico y compositor Coqui Ortiz. En la Librería además acompañaron amigos y amigas, el afecto expandido en abrazos. Aquí el texto completo que preparó el profesor Yaniselli en la presentación del libro.


 

Sobre libro “El corazón de la luz”, de Paulo Ferreyra

 

Profeso Oscar Yaniselli

Especialista en Pedagogía y Políticas de Lecturas

 

 

En el prefacio del precioso libro Por los extraños pueblos, publicado en 1958, el poeta Eliseo Diego escribió unas palabras a las que, especialmente en este tiempo histórico que nos toca vivir, habrá que regresar, una y otra vez, cuando queramos explicar la existencia y la necesidad de la poesía:

 

¿Y para qué sirve un libro de poemas?, preguntarán ahora, obedientes, mis hijos.  Servirá para atender, les respondería.  Maestros mayores les dirán, en palabras más nobles o más bellas, qué es la poesía: básteles entretanto si les enseño que, para mí, es el acto de atender en toda su pureza. Sirvan entonces los poemas para ayudarnos a atender como nos ayudan el silencio, la escucha o el cariño.

 

«El acto de atender en toda su pureza», eso es, para el gran escritor cubano, la poesía. He ahí su razón de existir: ayudarnos a atender, a entender, a observar, a ver lo que, en ciertas circunstancias, la falta de atención, la vulgaridad, la prisa o la indiferencia no nos permiten vislumbrar ni comprender. Para eso existe la poesía: para ayudarnos a develar y revelar el mundo, a aprehenderlo y explicárnoslo de algún modo.

 

Pocas cosas resultan tan esenciales e ineludibles en nuestra vida actual —caracterizada por una creciente incapacidad humana para focalizar y sostener la atención, el distanciamiento virtual y la ruptura de los lazos sociales, la escasez de pensamiento divergente e imaginativo, la ostensible pauperización léxica y la irrupción del fanatismo ideológico— como la capacidad de vincularnos, acceder y disfrutar de la poesía. Vivimos en un mundo donde las pantallas y las tecnologías emergentes parecen obnubilar nuestras percepciones y, precisamente por ello, la poesía se erige como un bálsamo y un refugio unificador y esclarecedor fundamental. Nos permite recuperar la atención plena y cultivar una mirada más profunda y humana sobre la realidad, actuando como contrapeso ante las opresivas limitaciones que impone la vida moderna.


 

El sentido del mundo surge de la suma de nuestros sueños y realidades, de nuestras vivencias y percepciones -consientes o inconscientes-, de nuestras grandezas y miserias, de nuestros logros y frustraciones. Por eso es necesaria la presencia mediadora de la poesía para que su existencia se descubra ante nuestros ojos y nuestro corazón.

 

La poesía es una forma de ver más allá de lo que se encuentra al alcance de nuestra vista: es un medio de desentrañar la esencia de los hechos, su trascendencia. Si nos preguntaran, entonces, qué lugar corresponde a la poesía en nuestras vidas, contestaríamos (o deberíamos contestar): un espacio privilegiado. Por eso tiene sentido que estemos aquí, en tiempos de creciente individualismo y deshumanización, para dar la bienvenida a un nuevo portador de este bien tan indispensable para la dignificación de la condición humana.

 

Sin dudas, la poesía, entre todas las artes, es una de las que de manera más efectiva puede contribuir a alcanzar el objetivo de intensificar nuestra existencia. Volverla más plena, más lúcida y profunda. La poesía nos hace crecer sensitiva y espiritualmente, nos fertiliza, nos re-dimensiona como seres que sentimos y pensamos, humaniza nuestras percepciones. Porque a través de la poesía nos llega, decantada, trasvasada a un recipiente construido con palabras, la experiencia vital de otros seres, sus sensaciones, emociones, ensoñaciones, anhelos, desvelos y frustraciones.

 

La poesía, por esto mismo, puede conducirnos al encuentro de lo maravilloso en lo cotidiano y despertarnos a la admiración y al gozo de esos instantes, gestos, silencios, ausencias, arrepentimientos y limitaciones de las que están hechas nuestras vidas. Un poema (como los que encontraremos en el libro que estamos presentando) puede revelar lo inadvertido, puede invitar a los sentidos a apropiarse balsámicamente de ese fragmento de realidad inasible que el escritor (en este caso, Paulo) nos está compartiendo a través de su obra para el ensanchamiento de nuestro imaginario, para complacencia de nuestros sentidos y para gratificación de nuestros pensamientos.                                                 

 

Y, tal como lo plantea la especialista uruguaya Mercedes Calvo en su obra Tomar la palabra. (FCE, EPLL, 2015), la poesía, más que en el lenguaje y en las palabras, radica en la mirada:

 

“Hace unos días vi sobre la mesa una tajada de sandía. Y así, sobre la mesa desnuda, parecía la risa de un loco. Si no fuese porque me resigno a un mundo que me obliga a ser sensata, gritaría de susto ante las alegres monstruosidades de la tierra... Agradezco a mis ojos porque se siguen asombrando. Aún veré muchas cosas. A decir verdad, aún sin sandía, una mesa desnuda también es algo que merece verse”.

(Clarice Lispector, Un soplo de vida. Madrid, Siruela, 2008)

 

Este fragmento demuestra cómo todo lo que sucede o nos sucede es susceptible de ser reelaborado a través de la valoración y contemplación poética. Una poesía es, en definitiva, la condensación gráfica y amorosa de una mirada singular que permite comprender y/o sosegar tanto las alegrías inenarrables como las pérdidas, los fracasos y los sinsabores que nos depara -cotidianamente y a todos sin excepción- la realidad de nuestras vidas. El libro de Paulo lo muestra muy bien.

 

Aún los instantes, objetos y vivencias aparentemente más triviales, si se observan bien, están colmados de poesía. Por eso, sin ánimo de análisis literario o estilístico, podemos decir que los poemas de este libro nos hablan de los siguientes tópicos o motivos: Meditación lírica sobre la paternidad inminente y la experiencia futura de criar a un hijo. La intimidad y la ternura de la relación entre un padre y sus hijos. El dolor de la separación y la crianza compartida. El valor de los gestos sencillos. La distancia física y emocional, la separación y las perspectivas vitales divergentes entre generaciones. La autonomía de los hijos y la dolorosa realidad de la incomunicación. La resiliencia familiar y la capacidad de encontrar magia, esperanza y normalidad en medio de las dificultades o de las crisis pasadas. La re-construcción de una nueva vida o de una dinámica familiar, más los rituales cotidianos que la sostienen. El paso del tiempo y el poder transformador y duradero del amor filial por encima de las relaciones de pareja. La conciencia de los propios defectos, el miedo a transmitir patrones negativos a los hijos. La complejidad de las relaciones a distancia, mostrando cómo, a pesar de la angustia y la soledad que genera la ausencia física, las palabras de afecto sincero pueden ofrecer un abrazo emocional y un alivio momentáneo al dolor. La celebración de los momentos cotidianos de felicidad en familia, donde la diversión espontánea y el afecto transforman un nido, un hogar que funciona como refugio de vitalidad y calidez. La profunda conexión entre el ser humano, la naturaleza y la pertenencia a la tierra de dónde uno viene, entre tantos otros temas que se abordan desde la escritura poética.


 

La poesía de este libro que estamos presentando adquiere valor no solo por su condición escritural y estética, sino también porque muestra esa dimensión reparadora de la literatura y los libros, tal como sostiene en varias de sus obras la reconocida antropóloga francesa y especialista en temas de lectura Michele Petit.

 

Definitivamente, como lo plantea Eliseo Diego en la cita precedente, la poesía nos permite atender y entender. No cualquier cosa, sino los asuntos más profundos de la condición humana. Y si atendemos y entendemos las cosas (las vivencias, los hechos, las consecuencias de nuestra vida) sobre todo aquellas que nos marcan y que nos con-forman, tal vez comenzaremos -como en este caso lo hace Paulo Ferreyra- a curarlas y a transformarlas en argamasa de creación literaria.

 

Prof. Oscar Yaniselli

Especialista Pedagogía y Políticas de Lecturas

Resistencia, 28 de noviembre de 2025