miércoles, 21 de julio de 2010

Enchamigadas


Días atrás hacía calor en la ciudad y en distintos puntos de Resistencia la música se adueñó de la noche. Nos detuvimos en uno de estos lugares, en la Peña Zitto Segovia había gente esperando en la puerta, adentro cada mesa era una reunión familiar y la voz de Lucas Segovia comenzó a escucharse apenas pasaron algunos minutos de las 23.


Lucas y Tito estaban cerca de la barra, el improvisado escenario era objeto de todas las miradas. Cerca de la media noche ya no había lugar para ubicarse, los mozos corrían de un lugar a otro y parecían no tener descanso.


“El 19 de julio de 1924 tuvo lugar en el Chaco la matanza de Napalpí, cada uno desde su lugar puede reivindicar la memoria de nuestro pueblo aborigen, nosotros lo vamos hacer desde la música”, comentó Lucas. El música que tras cada interpretación, volvía hacer un silencio y se detuvo con especial atención para hablar de su disco en homenaje a Melitona Enrique, la última sobreviviente de Napalpí.


El público presente por un momento se sumergió en silencio y escuchó con gran atención las letras que vertían sus composiciones. Después hubo tiempo para un invitado, quien arrancó con un clásico de Ramón Ayala, el poema “Los Gurises”. Seguidamente recitó el poema sobre la vida de un hombre y las plantaciones de algodón, poema que le pertenece a Carancho Ramírez, que fue una pena que no haya estado invitado pues su voz, su ritmo y su dicción en cada palabra hacen de ese poema un canto a la vida.


Algunos intelectuales dicen que la cultura popular se funda en la risa, y quizás aquí este su más excelsa manifestación. Todo era alegría, un estado de bienestar que se contagiaba de mesa en mesa. Tanto fue así que uno de los mozos grita casi a mi oído no “hay más vasos y sigue llegando gente”.


Como en otras oportunidades Lucas interpretó temas de su padre y la gente estalló en un sapukái. Hubo tiempo para que algunos invitados nos relataran los hechos que hicieron que su vida se cruzara con Zito Segovia y que esos recuerdos los llevan como tesoros que jamás podrán arrebatarlos ni el más osado de los ladrones.


Cuando se estaba despidiendo Lucas desde alguna mesa le pidieron “El cristo de los villeros”, “Voy a cantar esta canción que habla del Cristo hombre, aquel que se sacrifica día tras día para llevar el pan a su casa, y no del cristo que esta en Roma”, tras esta palabras de Lucas el sapukái no se hizo esperar.

Ya pasada la media noche tomaron la posta musical Lucas Monzón, el joven acordeonista que estuvo acompañado por el guitarrista Miguel Tayara, quienes arremetieron con todo desde el comienzo, con La Calandria y La Cau. Su repertorio rezó sobre los clásicos de nuestra música popular.


Miguel Tayara parecía haber traído su propia hinchada, mientras Lucas Monzón comentaba sobre las composiciones de Roque González, de fondo se escuchaba el coro femenino de “Miguel, Miguel, Miguel”. Después apareció en escena Sebastián, un alumno de Lucas que comenzó a foguearse en la noche chamamecera.


Las canciones se tiñeron de otro color, temas de Tilo Escobar, Salvador Miqueri, Blas Martínez Riera brotaban del acordeón casi sin parar. Pero el público presente no se conformaba, “machete colí”, “una de Mario”, entre los pedidos que comenzaban a escucharse. El baile se fue fundiendo entre grandes y jóvenes, todo era alegría, cerca de las dos de la madrugada nadie parecía querer moverse de su silla.

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