martes, 24 de septiembre de 2013

El endeble escritor

Este texto fue escrito hace diez años. He cambiado en algunos aspectos pero el caracú de estas palabras se mantiene tan vivas como en su momento.




El endeble escritor



Ese soy yo. Un escritor débil. Pobre, mesurado hasta la exageración. Y lo malo de todo es que la cosa no queda ahí, sino que también soy mal lector, lo cual es peor aún. Quizá la cuestión esté dada por la admiración que siento hacia los escritores que tengo en mano: Nietzsche, Arlt, Marx, Lanata, entre otros, en fin, gente que escribe de una manera tan particular que creo inalcanzable.

Aunque el problema es que entre medio puedo aparecer yo, con un cuento alternativo, esquivo, que quizás pase desapercibido para mi generación, pero no importa; ahí está el desafío. Esa es mi pelea contra el viento, aunque puede que ni siquiera sea mi pelea.
Mientras intento escribir estas líneas escucho algo de música de fondo. Allá estás. Y pienso que la escritura debe ser eso: música, armonía, notas combinadas unas con otras, piezas sueltas que conforman un sonido tan agradable que la gente quiere escuchar el bis. En cualquier canción la combinación de instrumentos distintos y notas impares se transforman en sonidos tan puros y armoniosos que al oído le son agradables y pide otros. En un escrito tenemos palabras sueltas, géneros que pueden ser combinados y armados de una forma que, unidos, queramos leer una y otra vez.

Esta es mi lucha, mi pelea: lograr un texto que sea agradable a la lectura; un texto que seduzca al lector y que sea crítico a la vez.

Al diablo con mi exigencia: por eso no puedo escribir. Porque quiero tener palabras bellas para todos, quiero ser a la vez radical y peronista, de boca y de river. Y eso es imposible, no se puede juntar y desparramar a la vez la basura.

Me han dicho que no tengo lenguaje periodístico. ¿Y quién dijo que el periodista tiene su propio lenguaje? El periodista, seguramente. Ahora bien, para los críticos literarios ¿cómo será catalogado mi escrito? Quizás sea feo, malo, petulante, omisible, de escaso lenguaje, de vocabulario mesurado y banal, y algún otro adjetivo más. No importa, qué más da. ¿Acaso tiene sentido para mí fuera de estas líneas, o de esta birome, o de este papel bendito? No. No me imagino otro mayor. Quiero seguir dentro de esta atmósfera con olor a papel y tinta.

Antes de seguir quiero rescatar la parte más trascendental de todo esto: las personas, la gente que camina día a día por las calles. Ellas son mi tesoro, son el mundo que da verdad a este impulso de querer transformar el lado empírico de la sociedad con unas cuantas palabras vueltas en un papel.

Este es el momento, la oportunidad de excusarme con quien por un motivo u otro he defraudado, engañado, esquivado y quién sabe cuántas cosas más. Posiblemente, pienso ahora, quien conozca algo de mi vida no quiera leer mis textos, y tal vez tenga razón. Le pediría igual una última oportunidad.

Estas palabras, estas letras sueltas que quieren armar un texto, no son otra cosa que un intento desesperado por conocer gente, por hacer nuevos amigos. Usted me dirá: por qué mejor no habla en vez de escribir. Pues le aseguro que lo he intentado, pero no me sale. Tampoco creo que éste sea el medio perfecto. Empero me forma la idea de intentarlo, al menos eso, no.



Por paulo ferreyra
paulo.ferreyra@yahoo.com.ar



2 comentarios:

  1. el motor está a otro nivel... lo que importa se encuentra en el aire... se respira, no es fácil sentirlo pero ahí está...

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  2. recién veo este comentario. Gracias. Tenes razón.

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