domingo, 4 de enero de 2015

Atardecer en San Ignacio

Porque siempre volvemos a la familia, al patio, a los amigos, al vino viejo, en este opotunidad vuelvo al escritor que me cautivó de la mano de Miguel Ángel Federik. Ahora con el poema "Atardecer en San Ignacio", este poema formó parte del libro “Fuegos de bien amar”, Edit. Biblos, Bs. As.1986. "Con ligeras modificaciones va para Ñe’é porä, a fines del 2014". Gracias Maestro.


Atardecer en San Ignacio

¡Oh alturas de Teyú Cuaré,
guirnalda y lámpara de lapachos encendidos
y este río que huele a luz de atardecer entre las islas!
Desde tus piedras, un hombre de afilada soledad,
miró el Edén, la despiadada lujuria de las resolanas
y regresó a plantar su palmera, amurar el dintel,
abrir con nafta y pala un sendero con ritmo de duda
hasta estas aguas que arrastran limos, aparecidos, leyendas y jangadas.

Trajo su mujer y silla, y entre libros y lanchas,
azadas, fonógrafos, brazaletes, orquídeas y proyectos,
aquel hombre soñó una densa víbora que cercaba su casa.
Asustó con tigres y tapires a una niña:
Alfonsina de alcanfor, puntillas y palomas;
Subió agua del río y despidió las golondrinas,
cepilló moldura y barandales, encastró su cama.
Esbozó mapas estelares, cinturas de galaxia
y modeló arcillas, senos y palabras.

Hizo el inventario del jesuita: lis, tijera,
escapulario, crucifijos, goznes, chirimíes, candados y violines
y compartió mandubíes, lecturas y suicidios con Lugones.

Tomó apuntes del cansancio, la locura, los venenos
y amó las ramas del guavirabí, las siete cabritas
a media asta entre su boca y las tinieblas.
Se bañó en el Yabevirí de su cuento. Le demostró a Payró
la fidedigna estatura de su temple. Fue cónsul, juez de paz,
ceramista y navegante de las azules y terribles correderas
de la desesperación y de la inteligencia.

Un día, aquel hombre, Teyú Cuaré,
desayunó con la muerte en Buenos Aires.
Nosotros le llamamos Horacio Quiroga.
Sabe Dios qué nombre de panambí o anaconda,
le darán estos ángeles que me muestran San Ignacio y su casa,
esta lúcida tarde que se demora en el aire de su propia transparencia.

Poema Miguel Ángel Federik
Foto del Teyú Kuaré Pedro Jose M. Warenycia

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