Poesía de Velmiro Ayala Gaúna – Aledo Luis Meloni


Velmiro Ayala Gaúna – Aledo Luis Meloni

En este número no podíamos dejar de lado el rol que la poesía también ha transitado al pensar en los obrajes y las cosechas del Chaco. Primero el poeta correntino, haciendo alusión a La Forestal Ltda., canta la efímera vida de un hachero: ninguneada e ignorada por sus “patrones”, pero al mismo tiempo nutricia y vital para los árboles que conforman la riqueza de la compañía. Luego el poeta chaqueño, que nos regala sus sencillísimas coplas que merecen ser recitadas de memoria, aquellas que dan cuenta de los días y las penas de los hacheros, de sus esfuerzos, de las injusticias de las que son parte, de la muerte que es casi un premio para la rudeza de su vida. Pero es a ellos a quienes quieren ustedes leer, así que me llamo a silencio y cedo la palabra:

Selección especial Facundo Binda



El hachero
de Velmiro Ayala Gaúna



Los capitalistas de Wall Street
o
los accionistas de la City, en Londres,
no sabían su nombre,
ni siquiera conocían su existencia.
Para ellos “that company in South America”
era sólo un papel
que destilaba oro en dólares o libras esterlinas.
Sin embargo, aquí estaba la tierra,
leguas y leguas de tierra,
y de árboles,
y entre ellos había hombres, mujeres y niños
trabajando desde el alba hasta el crepúsculo
en una larga agonía de miserias,
para alimentar con sangre los gruesos dividendos
de lejanos magnates que no sabían
ni el nombre criollo de sus obreros.
Ni el nombre criollo de Liberato Sosa,
el hijo de Dominga Sosa y un hombre,
uno de los hombres que hicieron noche en el rancho
cuando ardían en las sombras las luciérnagas
y olía a humus la tierra humedecida.


Se escupía las manos
y el hacha iba y venía,
cortaba el aire y abría heridas
en la carne vegetal;
iba y venía
como un péndulo que fuga y que regresa,
como un palpitante corazón: toc… toc…
como un pájaro carpintero horadando los troncos;
iba y venía
desde que cantaban los gallos
sacudiendo la noche de sus alas,
hasta que la primera estrella
le hacía guiños, como una mujer,
desde la ventana del cielo.


Un día,
sus ojos cegados por el sudor no vieron
un tronco que caía
y lo sacaron con las costillas molidas
y el corazón reventado como un tomate podrido
pero con las manos aún cerradas
sobre el mango del hacha.


Liberato quedó en un rincón del monte
para 
que su carne nutriera las raíces
de otros árboles que arrojarían dividendos
para esos gordos señores que no sabían
el nombre de los hombres
de “that company in South America”.

Y en manos de otro criollo
iba y venía el hacha
desde el alba al crepúsculo… 



Pueblo
de 
Aledo Luis Meloni



La piedra de la injusticia

le fue afilando el cuchillo;
si llega a desenvainarlo
dirán que nació asesino.

Parece cosa imposible
y sin embargo es sentencia:
de la pobreza del pobre
el rico saca riqueza.


El vino de los obrajes

sabe a madera y sudor;
y los hacheros lo beben
para olvidar lo que son.

Tan fatigado regresa
de machetear en la caña,
que piensa que se le han vuelto
de plomo las alpargatas.

Sobre la hierba crecida
quebrándose, el carpidor;
su azada, a pulmón bruñida
es un retazo de sol.


El hacha tala el quebracho, 
su voz,
su sombra y su estrella;
lo que no tala es el hambre
del hombre que la maneja.


Tierra y sudor los cubrían

de la alpargata al sombrero;
no he visto vida más limpia
que la vida del labriego.

En los obrajes del norte
uno ve lo que no quiere:
la amistosa convivencia
de la injusticia y la muerte.

Al hijo del carbonero
le ha dado por preguntar:
¿si hay en el monte cien hornos,
Por qué ninguno es de pan?


Toda la caña que anduvo

arrimándole al trapiche,
de golpe de le hizo azúcar:
lástima que fue al morirse.


Mientras jadea el hachero

labrando su mala suerte,
el ojo del hacha mira
cómo lo acecha la muerte.


Bajo un árbol pensativo

tiene al fin lo que pedía:
la tierra que le negaron
cuando en la tierra vivía.

Cuando dice que sí, es sí,
cuando dice que no, es no;
al patrón poco le importa
lo que pensemos tú y yo.


Andan de obraje en obraje

con todo lo que les falta,
hasta que un día de suerte
la muerte les tiene lástima.

¿A la hora del ladrón
quién traba puerta y ventana?
el patrón, que tiene mucho,
no yo, que no tengo nada.


Un arado, un arador

seis caballos humeando,
y un borbollón de gaviotas
picoteando, picoteando.


El hombre del hacha sufre

pero de pie y en silencio;
sus penas las gritan otros:
algunos con gran provecho.

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