Está
demostrado que hablarles y leerles cuentos a los niños incrementa notablemente
el desarrollo del lenguaje. Si bien existen diferentes tipos de
códigos comunicacionales (gestual, mímicos, verbal), el verbal es el
específicamente humano, es el que nos permite el acceso a la cultura, a lo
simbólico en su más elevado nivel de complejidad. Nos construye como seres
humanos y nos comunica con los otros. Cuanto más capaz sea uno de nombrar lo
que vive, más apto será para vivirlo y para transformarlo.
Cuando una persona no cuenta con las palabras para pensarse a sí mismo,
para expresar su angustia, su coraje, sus esperanzas, no queda más que el
cuerpo para hablar: ya sea el cuerpo que grita con todos sus síntomas, ya sea
el enfrentamiento violento de un cuerpo con otro, la traducción en actos
violentos” (Petit, M.).
Existe un desfasaje entre la expresión y la comprensión. El niño es capaz de comprender más de lo
que es capaz de emitir y esto ocurre también en la vida adulta. Algunos
adultos piensan que como los niños todavía no hablan o no pueden contestar,
tampoco entienden y es por esto que la comunicación se reduce a frases simples,
órdenes e indicaciones.
La
capacidad de incrementar el vocabulario dura toda la vida, aunque con un ritmo
más lento que lo que ocurre en los primeros 5 años. Hay suficiente evidencia científica que avala que leerle desde muy temprana
edad y en voz alta a un niño es una de las acciones de mayor importancia que un
adulto puede realizar para facilitar el
ulterior desarrollo de las habilidades de lectoescritura.
La lectura es una tarea muy compleja en la que intervienen procesos
cognitivos implicados en la identificación de letras, palabras y la comprensión
lectora. La comprensión lectora es el
aspecto central de la lectura y para que esto se dé, es necesario como
prerrequisito que haya una lectura rápida, fluida y automática. La lectura es reparadora.
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