El intelectual frente a la crisis y al poder

El intelectual frente a la crisis y al poder


Abrí está un fragmento del discurso brindado por Gabriel Ceballos en la apertura de la VIII Feria del Libro del MERCOSUR en Paso de los Libres. La feria tuvo lugar en el mes de agosto del presente año, el mismo autor resalta que esta es una síntesis, sin pretensiones literarias, sólo para exponer los conceptos ahí volcados.


¿Qué papel cumplimos los llamados intelectuales en la sociedad? ¿Tenemos alguna función social, más allá de trabajar cada uno en su actividad específica? Concretamente, nosotros, los escritores, los artistas, que más o menos nos reconocemos en esa calificación de “intelectuales”, ¿estamos solamente para entretener, para “distraer”, para elaborar ficciones y estéticas, o algo más reclama nuestra atención y nuestro empeño?


Hasta hace algunos años, cuando yo era joven todavía, nos formulábamos frecuentemente dicha pregunta. Y muchos creíamos contar con una respuesta para ella: los “intelectuales” estábamos para servir a una ideología. Para contribuir a la realización de una ideología, para intentar transformar al mundo de acuerdo a nuestros ideales emanados de sueños solidarios. Después, en la orilla del siglo, los ventarrones que sacudieron la historia provocaron el derrumbe de las construcciones políticas en que se encarnaban tales ideologías, y aquella respuesta perdió vigencia.

Sin embargo, hoy sucede algo, en el mundo y dentro de nosotros, que parece pedirnos una nueva respuesta al interrogante. Tal vez porque empezamos a sentir la necesidad de hallar justificaciones fundamentales para cosas a las que durante cierto tiempo consideramos capaces de sobrevivir sin justificaciones profundas. Tal vez porque la vorágine, el vértigo reinante, ya amenaza demasiado con arrastrarnos hacia un naufragio definitivo. Y entre las cosas que primero deseamos sustraer del posible naufragio sobresalen, por supuesto, nuestra vocación y el “plan” que le hemos dado a nuestra existencia, los “proyectos de vida” que hemos escogido. Yo, por lo menos, experimento tal urgencia, y por tal motivo propongo que reflexionemos juntos sobre ella.

A poco de pensar sobre el tema, advierto que voy entrando en el terreno de la ética. Que lo que estoy buscando es una justificación ética de la tarea del intelectual. ¡La ética!, me dirá más de uno, ¡qué antigualla, este tipo quiere que hablemos de la ética, algo tan caduco! Y entonces yo me permito replicar: ¿por qué caduco?; ¿acaso no vemos a la ética como algo caduco porque así lo decretó la misma crisis que hoy nos empuja a estas reflexiones?; ¿acaso lo que le sirvió a la humanidad hace cien o quinientos o mil años no puede servirnos ahora, aunque nos comuniquemos por internet, y proyectemos viajar a la velocidad de la luz y nos encaminemos a averiguar el origen del universo?

Pero ya que una de nuestras herramientas principales es la palabra, usémosla con cuidado; respetemos a las palabras. Pongámonos de acuerdo sobre el significado que damos a la palabra “ética”. Para entender lo que es la ética, me he servido especialmente de la etimología, la cual me lleva a la raíz griega “ethos”, que presenta dos sentidos. Uno primitivo: casa, morada, lugar donde se habita. Otro, menos antiguo, determinado por los filósofos, y que resultaría algo así como una “manera de ser”, una “segunda naturaleza” de los hombres montada sobre la naturaleza que traemos al nacer. Reúno los dos sentidos, tras preguntarme con base en qué idea los hombres fijamos dicha “manera de ser” o “segunda naturaleza”, y surge este significado que me satisface: ética es una manera de ser que adoptamos de acuerdo con lo que conviene a nuestra casa, a nuestra morada. Y puesto que nuestra morada -digamos, metafísica- es la humanidad, concluiremos en que “ética” es la manera de ser que mejor beneficia a la humanidad, el conjunto de normas de conducta que los individuos humanos adoptamos, como nuestra segunda naturaleza, porque las creemos las más convenientes para la comunidad que formamos.

Por lo tanto, regresando al interrogante planteado al principio, trataremos de ponernos de acuerdo en qué es lo que a la humanidad le conviene que hagamos los intelectuales en los tiempos que corren: ése sería el fundamento ético de nuestro trabajo, ésa sería la respuesta mitigadora de nuestra inquietud.

Y se me ocurre que lo que la humanidad nos está reclamando, como el rol de los intelectuales que más la beneficiaría, es que nos ocupemos de la crisis espiritual que la humanidad padece, que atendamos a esa crisis y en lo posible la acotemos. Encuentro allí una respuesta convincente a mi pregunta, y ya se ve: es como si el mismo contexto que ha revitalizado la pregunta albergara la respuesta. Hoy, los intelectuales debemos interpelar a la crisis de la humanidad, debemos “torearla”, lidiar con la crisis del espíritu humano. He allí, a mi modesto entender, la función ética, social, que nos justifica, más allá de nuestra eficacia en un área determinada del trabajo intelectual. Si antes tomábamos como función ética el enfrentar a UN sistema sociopolítico para aplicar al mundo UNA ideología, hoy la función consistiría en enfrentar a la crisis del hombre como TOTALIDAD, para darle una contención al espíritu humano. Lejos de rehuirle con el pretexto de no gastar energías en asuntos caducos, tenemos, creo, que enfrentar a la crisis, que revolvernos, que rebelarnos contra ella, que marchar “a contracorriente” de la crisis, para “frenarla”, para ponerle los límites que puedan ponerle nuestra inteligencia y nuestras intuiciones. 

Claro está que, para enfrentar a la crisis, habremos de empezar por “enfrentar” (intelectualmente) a los poderes establecidos sobre la crisis. A aquellos poderes (políticos, económicos, culturales, de todo tipo) que medran con el statu quo de la crisis, que crecen y se expanden gracias a la confusión que domina al espíritu humano. Criticar, desenmascarar, cuestionar las propuestas de esos poderes, y lo que ellos proclaman como sus fines y rumbos, deviene así un concepto más afinado del rol del intelectual en estos tiempos. El intelectual de hoy habrá de actuar del modo más políticamente incorrecto que le exija su rol de crítico de los poderes, de cualquier poder.


Sin embargo, asistimos hoy, en nuestro país, al lamentable espectáculo de no pocos “intelectuales”, que se pretenden intelectuales, que actúan en un sentido exactamente inverso al que proponemos. Actúan no sólo desatendiendo toda crítica al poder, al más fuerte de todos los poderes que es el del Estado, sino sirviéndolo incondicionalmente. Eso nos parece impropio de un intelectual. Eso, a la luz de nuestras reflexiones, se ve como una “deslegitimación” del intelectual. Así como se “deslegitima” un médico al cometer un homicidio, o un juez al proteger a un delincuente, así se “deslegitima” un "intelectual" que, en lugar de criticar al poder, pone a disposición de éste, de cualquier poder, sus herramientas más valiosas que son el intelecto y la palabra. Y conste que, desde luego, no estamos rechazando la posibilidad de que el intelectual trabaje para un poder, lo apoye, por razones políticas o económicas o de cualquier especie. Lo que rechazamos es la renuncia a la función de criticar al poder, el servilismo intelectual , el apoyo incondicional a un poder, lo cual configuraría la negación, la antítesis de la obligación última, social y ética del intelectual. El espectáculo del servilismo intelectual nos lleva a lo que los abogados llamamos una “inversión de la carga de la prueba”. Usted trabaja para un gran poder, pues bien, demuéstreme que conserva su capacidad de crítica hacia ese poder. De lo contrario, no le reconoceré ningún valor a su etiqueta de intelectual, no aceptaré que usted invoque sus antecedentes y su prestigio de intelectual, no le concederé a priori ninguna autoridad intelectual.

las negritas corresponden al editor de ñeepora.com.ar

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